lunes, 6 de diciembre de 2021

461 OCEAN BOULEVARD

 

Me di cuenta de que faltaba cuando me puse a dar cuerda al reloj que está justo encima del mueble donde guardo los platos y manteles que llevo tanto tiempo sin usar. Ya no vienen invitados a casa y eso que hace años, cuando compré la vajilla y la mantelería, la casa recibía visitas constantemente. Amigos que paraban de vacaciones y se quedaban unos días. Familiares que pasaban alguna tarde, la rutinaria reunión con mis padres que venían a comer el último domingo de mes y traían el postre. Después, pasábamos un buen rato entre copas y cartas y muchas veces nos daba la hora de la merienda, entonces sacábamos las pastas y hacíamos más café. Todo eso ha cambiado, hace años que nadie se acerca. Ahora comemos solos de lunes a domingo prácticamente todos los días del año. El polvo recubre los platos y ya apenas suena el timbre de casa.

No estaba, y juraría que anoche lo dejé ahí. Escuché el disco por las dos caras mientras tomaba cerveza, tenía una de esas noches en las que necesitaba beber sobre todas las cosas del mundo. Acompañado de la cerveza, me dedicaba a apreciar la caja. La preciosidad del diseño de portada consistente en una foto en tonos mate de la casa donde fue grabado el disco. El artista aparece delante de la misma con los brazos cruzados y un pie apoyado en la palmera que domina el jardín delantero de la vivienda. Es uno de mis favoritos, por eso lo busqué incluso en los lugares más inverosímiles como dentro de la ducha o en el hueco que se forma entre la lavadora y el armario de la cocina. Busqué debajo de la cama, entre los cojines del sofá y en el cajón de las ollas. Miré incluso en el horno, pero simplemente había desaparecido.

Conté las botellas de cerveza vacías, sumaban dieciocho esparcidas por la cocina y el salón. También sobresalía una botella de licor seca que pastoreaba a varios botellines verde oscuro de un tercio, lo que me hizo temer que ayer pude excederme un poco. No recuerdo mucho salvo estar escuchando el disco mientras trataba de sacar algún sonido mínimamente afinado con la guitarra y balbuceaba el estribillo del tercer tema de la cara b. Dejé la caja del disco en el mueble cuando me levanté y me puse a girar sobre mí mismo al ritmo de la música como si fuera un chamán en pleno trance. En ese momento perdí la consciencia y ya no recuerdo qué ocurrió hasta esta mañana que me desperté tumbado en el sofá con un pitido zumbando en mi oído izquierdo cada vez que intentaba abrir los ojos e incorporarme.

El disco había desaparecido, probablemente lo lanzase por la ventana en plena noche exaltado por el alcohol. Puede que algún vecino lo viera esta mañana tirado en la acera mojada cuando sacaba al perro o mientras se dirigía al trabajo. Es probable que escucharan el alboroto anoche y supiesen que fui yo que, fuera de mí, abrí la ventana y tiré el disco al viento. Seguramente entre lágrimas y babeando incoherencias que no puedo recordar pero que seguro que oyeron. Lo sabré cuando salga más tarde a comprar el pan y pueda escrutar sus miradas recelosas, sus cuchicheos inmisericordes y note sobre mi espalda sus dedos acusatorios. 

Ya no viene nadie a casa y poco a poco he ido dilapidando mi colección de discos. Ayer también se largó ella entre lágrimas que me parecieron falsas, pero quien soy yo para juzgar las lágrimas de los demás. Cuando desaparezcan todos los discos, quizá me dé por deshacerme de los platos del mueble, de las fotografías que guardamos en esos álbumes numerados de la estantería, o puede que arranque el puto reloj de la pared y lo estampe de una maldita vez contra el suelo. Será la última vez que dé la una. Parará el goteo constante del segundero y su monótono chac, chac, chac, chac, que inunda las horas de esta casa. Dejará de oírse el silencio que atrona en las paredes del cuarto. De una vez por todas. Entonces podré salir tranquilo a la calle de nuevo.

domingo, 20 de junio de 2021

CONSEQUENCES

 Estamos hechos de fracasos, me dijo mientras la luz que se filtraba por los huecos de la persiana escaneaba la habitación buscando su piel desnuda para escribir sobre su vientre el mensaje. Somos las consecuencias de las decisiones de otros. Escombros tras la guerra. Daños colaterales. Estoy harto de ser un daño colateral, afirmó con el rostro aun goteando sudor y la mirada perdida en el techo del cuarto. Hace un año, cuando aún no nos conocíamos y nos vimos por primera vez en la terraza de la cafetería, la fuerza que desprendían sus ojos, toda esa firmeza, como fabricada en acero, la seguridad en la voz, me enamoró de tal forma que me fue imposible no caer rendido ante semejante torrente de vida. Hoy, en sus ojos, no quedaba ni rastro de aquella fuerza, en lugar del acero, se vislumbraba un lago calmo y quedo en mitad de una noche solitaria. Agarré su mano, pegando mi cuerpo al suyo, tratando de contener el desastre que empezaba a desbordarse ya. Aquella lágrima deslizándose por su mejilla.

La luz amarillenta de la mañana, tamizada por la persiana, se mezclaba con el humo de su cigarro aquel día, formando figuras que a ratos eran monstruos, y otras, amables garabatos que se expandían o se anudaban para deshacerse después en susurros tras las sombras del cuarto. Ya nadie fuma en la cama, ni apoya el cenicero en una mesita de noche tan austera que ni siquiera tiene cajón. El pasado verano, cuando todo era sol de mediodía, me llevó a una cala escondida. Ya verás, es como la playa donde Robinson Crusoe pasó su naufragio. Yo era por aquel entonces alguien que necesitaba ser rescatado. Pasamos el día separados del mundo, algo que día tras día se convirtió en rutina. Algo que poco después empecé a sospechar, ocurría por miedo al mundo. Hicimos el amor mientras el sol se agotaba.

Todo va a salir bien. Se me escaparon entre los dientes con toda la vacuidad que les pertenece, las cinco palabras que detonaron el fin. Fui consciente del error nada más apoyar en el paladar la lengua para pronunciar lo que fue una más prolongada de lo normal letra ene. El lago de sus ojos se congeló en aquel instante y clavando la mirada sobre mí me dijo: largo. Nada más. No más miradas, no más gestos, solo largo. No repliqué. Ya lo había dicho antes, somos las consecuencias de las decisiones de los demás y había dictado sentencia. Las heridas que nos infligimos esa y todas las noches anteriores desde el día en que nos conocimos restallaban en cicatrices que ocultamos tras las ropas. Mientras me vestía y cubría los desastres de esta guerra, sobre la cama que fue mi isla, Robinson continuaría lanzando señales de humo durante toda la eternidad.

miércoles, 31 de marzo de 2021

LAS PAREDES

Estás tirado en el sofá viendo cualquier cosa en la tele, aturdido por el vino y el whisky de la comida. Piensas que nada ocurre nunca cuando el estómago está caliente y el cerebro se cuece al ritmo suave que impone el alcohol. Nada, porque las paredes de la habitación te aíslan del mundo y estás seguro de que el vapor que emana de esas burbujas mínimas que borbotean dentro de tí, cobija. Escuchas el rumor de las olas deshaciéndose constantes contra la arena, o eso parece el zumbido de la campana extractora que viene de la cocina. Desde tu refugio también se oyen las voces de las familias que pasean por la calle ahora que aún es de día. El gruñido de los motores de los coches que se alejan cuando pasan fugaces por la carretera como fugaces pasan las cucarachas que caminan por entre las maderas del suelo. Invisibles. El traqueteo del patín que rueda sobre las baldosas de la acera, su silencio abrupto al detenerse. Los gritos de los niños que juegan bajo la ventana, alguien que quiere impresionar a una chica aunque a veces las cosas simplemente no salen bien. Sientes la alegría, pero no sientes el frío porque la calefacción está puesta en casa y nada ocurre nunca dentro de esas cuatro paredes. Salvo que, por momentos, piensas que... Bueno, piensas y... Sabes. Estás ahí recostado, medio aturdido y solo. Entonces te das cuenta que, quizá sí, porque sin quererlo, has dejado abierta la puerta y ahí está con su cigarro a tu lado, acechando. Adueñándose del instante. Esperando tu próximo paso en falso. Tarareando esa vieja canción mientras el humo que exhala dibuja reproches en la habitación. No es para tanto te dices, y, bueno, qué remedio. Decides que es parte del juego y que para algo están las paredes de la casa, la campana extractora y esas burbujas mínimas que borbotean.