sábado, 17 de septiembre de 2016

Esos momentos y la lluvia.




Hay veces en los que deseas que lleguen esos días lluviosos. Sentarte frente a la ventana y escuchar las gotas golpear el cristal del salón.  No pensar en nada más, no hacer nada más. Solo escuchar llover. Ayer fue un día de esos, domingo, resaca, comienzo del otoño y muy poco o más bien nada especial pendiente por hacer. Llovía.

Así pasé la mayor parte del día. Me levanté, no recuerdo a qué hora pero no era temprano, creo que más bien era entrando la tarde ya. Un agudo dolor de cabeza decidió despertarse conmigo y acompañarme a desayunar. Bajé a por pan a la tienda que está a la vuelta de la esquina. Ese fue el único momento en el que salí de casa y pensándolo ahora, no sé para qué cojones bajé. Ni siquiera probé el puto pan. Inercias de la costumbre supongo. De vuelta en casa, me tomé un ibuprofeno con un vaso de agua, preparé café, intenté comer unas galletas rancias que tenía en el armario y descarté totalmente poner nada de música. Simplemente me bebí el café, tiré las galletas a la basura, entré en la sala y me dejé caer en el sofá. Cerré los ojos.

Cuando los abrí de nuevo, el dolor de cabeza se había marchado, el día estaba avanzado y la lluvia empezaba a sonar con fuerza en la ventana. No recordaba mucho del día anterior. El club nuevo al que decidimos ir, imágenes de mis amigos bailando en el garito, los flashes, el humo, brazos en alto, olor a alcohol, la luz del taxi. Ahí acababa todo. Miré el móvil y eran ya las seis de la tarde, ninguna llamada ni mensajes, decidí deducir que todo fue bien esa noche. Decidí también apagar el teléfono.

Es extraño pero a veces, me invade una sensación de plenitud en los momentos más banales. Cuando salgo a hacer la compra, mientras tiendo la ropa mojada o ayer mismo, sentado semi a oscuras en el sofá. Son retales de tiempo insignificantes que me sorprendo viviendo como extraordinarios y que me gusta disfrutar. No me ocurre a menudo pero  hay días que los contemplo así. Dirás quizá que son consuelos. Pensarás que ya solo encuentro satisfacción en las actividades más cotidianas, que soy incapaz ya de lanzarme a las emociones que puede ofrecer la vida, los viajes, los amores, las amistades... No es eso. Simplemente, de vez en cuando, mientras me tomo un café sentado en la cocina, o cuando estoy limpiando aquella estantería, o en el lapso de tiempo entre que salgo de casa y llego a la panadería, es como si pudiera observarme desde fuera. En cierto modo, sentir no ser yo. Ser el sujeto y el objeto de la acción. Ejecutor y observador. Personaje y narrador. 

Ayer, cuando la lluvia golpeaba con más fuerza y ya había oscurecido del todo, me levanté a precalentar el horno en la cocina. Mientras esperaba, apoyado contra el cristal de la ventana, eché un vistazo a la calle. Los charcos, los coches circulando con la lluvia reflejada en los focos delanteros, el fluorescente de la cocina que empezaba a parpadear. Yo. Aquella pareja luchando con un paraguas contra el tiempo. En cierto modo sentir no ser yo. Una sonrisa. El pitido del horno. La pizza congelada. Domingo, el sofá.