sábado, 24 de agosto de 2019

La casa


Va a pasar de un momento a otro. Toda mi resistencia va poco a poco desvaneciéndose, ya no tengo más fuerzas para aguantar. He recorrido la casa varias veces hoy, el miedo es incontrolable y lo más desesperante es no tener por más que he buscado, una causa que ponga nombre y cara a esto. Ya no estoy solo.

Llevo tres días encerrado en casa, agazapado en el salón con las persianas bajadas y en guarda constante desde que volví del pueblo por última vez. Creo que apenas he dormido cinco horas desde entonces. No puedo dejar de pensar en que hay alguien fuera que me ha seguido hasta aquí y que espera el momento para saltar sobre mí, me espía y espera, como un depredador que acecha a su presa, sabedor de que la paciencia es su mejor arma, que el momento adecuado aparecerá y no lo desaprovechará. No sé quién es, qué busca de mí ni cuáles son sus motivaciones. El caso es que llevamos tres días, yo aquí encerrado y él fuera esperando. Ni tan siquiera le he visto, pero desde que volví del pueblo, sé que me espera.

Ese día aparqué el coche cerca de la valla de casa para descargar todo lo que traía más cómodamente. Siempre dejo el coche en la entrada para vaciar el maletero. Fue entonces cuando noté la presencia de otra persona, sentí que me observaban. Fue por un instante nada más, una sombra que surge en el límite de un punto muerto de la mirada, me paré un momento a mirar a mi alrededor mientras subía las escaleras de la casa con las bolsas de la compra. Nada, solo el pulso acelerado de quien se ve en peligro, del que sabe que está a punto de comenzar una pelea que no ha provocado, pero de la que no va a poder escapar. Continué subiendo por las escaleras, abrí la puerta de casa y cerré con llave por dentro. Desde entonces ya lo he contado, miedo, ventanas bajadas, oscuridad, insomnio. Espero el momento en que se decida acercarse o que de una vez se pronuncie y diga qué quiere de mí. Sé que el también sigue fuera de la casa, que en estos tres días no se ha movido. Sé que no tardará en intentar entrar. Sabe que estoy débil, que estoy solo y que no puedo comunicarme con nadie. Yo de él solo conozco una sombra aparecida en el rabillo del ojo.

Son las once de la noche del tercer día, no hay luna ni luz alguna ahí afuera, ni luna ni estrellas. Llueve. Escucho sus pasos en el porche, ha llegado el momento. Agazapado miro la puerta consciente de que va a abrirla, forcejea con ella mientras yo permanezco paralizado sabiendo que no hay nada más que hacer, ha decidido entrar y no voy a poder impedirlo. La casa ya no es un refugio, es una trampa y he caído en ella como un ratón de campo.

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