Va a pasar de un momento a otro. Toda mi resistencia va poco
a poco desvaneciéndose, ya no tengo más fuerzas para aguantar. He recorrido la
casa varias veces hoy, el miedo es incontrolable y lo más desesperante es no
tener por más que he buscado, una causa que ponga nombre y cara a esto. Ya no
estoy solo.
Llevo tres días encerrado en casa, agazapado en el salón con
las persianas bajadas y en guarda constante desde que volví del pueblo por
última vez. Creo que apenas he dormido cinco horas desde entonces. No puedo
dejar de pensar en que hay alguien fuera que me ha seguido hasta aquí y que espera
el momento para saltar sobre mí, me espía y espera, como un depredador que
acecha a su presa, sabedor de que la paciencia es su mejor arma, que el momento
adecuado aparecerá y no lo desaprovechará. No sé quién es, qué busca de mí ni cuáles
son sus motivaciones. El caso es que llevamos tres días, yo aquí encerrado y él
fuera esperando. Ni tan siquiera le he visto, pero desde que volví del pueblo, sé
que me espera.
Ese día aparqué el coche cerca de la valla de casa para
descargar todo lo que traía más cómodamente. Siempre dejo el coche en la
entrada para vaciar el maletero. Fue entonces cuando noté la presencia de otra
persona, sentí que me observaban. Fue por un instante nada más, una sombra que
surge en el límite de un punto muerto de la mirada, me paré un momento a mirar
a mi alrededor mientras subía las escaleras de la casa con las bolsas de la compra.
Nada, solo el pulso acelerado de quien se ve en peligro, del que sabe que está
a punto de comenzar una pelea que no ha provocado, pero de la que no va a poder
escapar. Continué subiendo por las escaleras, abrí la puerta de casa y cerré
con llave por dentro. Desde entonces ya lo he contado, miedo, ventanas bajadas,
oscuridad, insomnio. Espero el momento en que se decida acercarse o que de una
vez se pronuncie y diga qué quiere de mí. Sé que el también sigue fuera de la
casa, que en estos tres días no se ha movido. Sé que no tardará en intentar
entrar. Sabe que estoy débil, que estoy solo y que no puedo comunicarme con
nadie. Yo de él solo conozco una sombra aparecida en el rabillo del ojo.
Son las once de la noche del tercer día, no hay luna ni luz
alguna ahí afuera, ni luna ni estrellas. Llueve. Escucho sus pasos en el porche,
ha llegado el momento. Agazapado miro la puerta consciente de que va a abrirla,
forcejea con ella mientras yo permanezco paralizado sabiendo que no hay nada
más que hacer, ha decidido entrar y no voy a poder impedirlo. La casa ya no es
un refugio, es una trampa y he caído en ella como un ratón de campo.