¿Y si resulta que vuelves de un viaje agotador y es tan
tarde que la noche ya es alba y no has podido dormir, qué pasará entonces? El
día ha levantado y todas las ventanas del bloque ya se han encendido y el ruido
de persianas ajenas acompasa tus pasos por la cocina mientras preparas café.
Qué pasará entonces, si mientras calientas tus manos con la taza repleta de
café con leche, la radio suena y es esa canción otra vez y no puedes evitarlo.
¿Qué pasará? Cogerás el teléfono e intentarás llamar como has hecho otras
veces. Marcarás el número y dudarás durante un segundo si apretar el botón
verde es la mejor opción y al final pulsarás el rojo para volver a marcar y
pulsar el botón rojo y volver a marcar…
Y si supieras que yo te espero, que sé que Alemania es
imposible y es improbable Japón, ¿seguirías colgando después de marcar? Y yo, qué
haría yo, si también vuelvo de viaje y ya es tan tarde que es de noche, ya ha
oscurecido y fuera la gente baila porque es sábado y mañana domingo y yo tengo
miedo a los domingos porque son el último día de la semana y cuando no estás, después, solo llega otra semana más. Por eso no salgo de mi casa,
por eso no sé que hacer, me quedo atrincherado y espero junto al teléfono con
una copa de vino. Pero tú tomas café y deben ser las siete de la mañana y yo me
emborracho porque son las once de la noche. Es este maldito desorden en el que
vivimos. El jodido jet lag, los husos horarios. Si pusiéramos en hora el reloj
de la sala, si así pudiéramos coincidir…