jueves, 7 de mayo de 2015

CONJUNTOS


Cuando despertó, todo había cambiado. La mesilla de la cama donde la noche anterior dejó el libro que leía antes de dormir, había desaparecido. Se dio cuenta de esto en mitad de la noche, cuando le entró sed y quiso levantarse a beber agua. Acercó la mano hacia donde se supone debía estar la mesa para intentar encender la pequeña lamparita que tenía, pero no lograba dar con ella. No recordaba nada extraño, en un momento de su lectura, el libro se le escurrió de las manos, decidió apagar la luz y en menos de un minuto estaba dormido... ¿Sería un sueño, una especie de pesadilla? Recordó reprocharse haber cenado tanto en el bar de abajo, pero de alguna manera tenía que compensar su pésimo día en la oficina y no era nada que no hubiera hecho otras veces. Tenía que ser un sueño, sin duda, pero duraba ya demasiado y no podía despertar. La angustia empezó a apoderarse de él, se levantó dubitativo, posó el pie en el suelo y palpando la pared, con cuidado de no tropezarse, llegó hasta donde debía estar la puerta de su cuarto buscando el interruptor de la luz principal. Ahí no había nada, solo pared, la esquina y más pared. El corazón le empezó a latir con fuerza en ese momento, de pronto era una persona ciega y desorientada dentro de su propio cuarto, incapaz de alcanzar la puerta ni de ver absolutamente nada en el espesor de la oscuridad de esa que ya, estaba seguro, no podía ser su habitación. "Debo estar soñando" se repetía pero no lograba salir de él. La tarde anterior habló con Inés como cada día y se despidieron también como siempre, deseándose un bonito despertar.

 

En el estado en el que se encontraba, desorientado y asustado, era incapaz de comprender qué estaba ocurriendo, no era capaz de concebir una explicación lógica o mínimamente comprensible a lo que estaba sucediendo. Se derrumbó en el suelo y cogió su cabeza entre las manos. "Piensa, piensa..." intentaba ordenar las ideas y guardaba silencio esperando escuchar algún ruido externo, un atisbo de vida fuera de ese cuarto sin puertas ni interruptores, lámparas ni nada que lo sacara de esa oscuridad total. Pero no sucedía nada. Pasó varios minutos así sentado en silencio hasta que decidió intentar buscar la salida. Se levantó del suelo y desde la esquina donde estaba él ahora, donde debía encontrarse la puerta de su cuarto, recorrió la pared hasta llegar a la siguiente esquina. Nada, solo eso, otra esquina y más pared. Continuó bajo esa oscuridad total, palpando el yeso que presumía pintado de azul claro, quizá porque así eran las paredes de su cuarto. No deja de ser curioso como los recuerdos nos hacen buscar en lo desconocido aquello que nos confortó en el pasado, aunque sea en el banal hecho de imaginar azul, como la nuestra, la pared de una habitación totalmente ajena.

 

Avanzaba despacio por el cuarto, apoyándose en la pared, inseguro, con miedo de tropezarse con algún objeto, la otra mano barriendo el aire, buscaba la pared que cerrara el cuarto y la puerta que lo sacara de ahí. Por fin, la pared acabó en una esquina y su mano chocó con la madera de lo que tenía que ser una puerta. Con ambas manos recorrió la madera y dio al fin con una manilla metálica. Giró y su mecanismo abrió la puerta que daba directamente al exterior. La luz fuera era cegadora, tanto que tuvo que cerrar la puerta un poco y retroceder para acostumbrar sus ojos. Ansías tanto una cosa y cuando crees conseguirla resulta que aún no es posible y no queda más remedio que esperar. Abrió la puerta de nuevo y pudo al fin salir al exterior, pero fuera no había nada, solo un páramo desértico que se extendía hasta el horizonte. Mirase donde mirase, llanura desértica y nada más. Le invadió de nuevo una sensación de desamparo. Se sentó en el suelo del porche que había tras la puerta de la casa, esa casa de un solo cuarto sin ventanas ni interruptores, a la que no sabía cómo había llegado y que le escupía a un mundo tan hostil como baldío. Pensó entonces que ya sería viernes y que posiblemente nunca más volvería a ver a Inés y en lo que ella pensaría cuando esa tarde él no apareciera a recogerla por la estación de trenes. Y pensó también que no sabía que sería mejor ahora, volver a la casa o echarse a andar. Sonrió.

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